Hace tiempo tenía pendiente sentarme a organizar y mover mi archivo digital de fotos a un disco portatil, y como la cuarentena se ha vuelto la cómplice ideal para este tipo de tareas, dediqué unas buenas horas a iniciar el proceso. Tenía 3 memorias USB, googlephotos vendiendome espacio de almacenamiento por $1.99USD/mes, emails con asuntos Fotos Back Up (1), Back up (2), (3)… y sigue.
Me tomó desde las 10am hasta la 2pm seleccionar, agrupar y eliminar algunas. Y allí me detendré más adelante porque es donde nace mi reflexión.
Son muchos los recuerdos bonitos que se despiertan al ver fotografías. Tendemos a conservar aquellas que nos hacen sentir bien y despiertan en esencia sentimientos positivos. La mejor fotografía es la que se guarda en el alma, muchos de los mejores momentos que hemos vivido no han quedado plasmados en una imagen sino en la intensidad de la experiencia que queda albergada en la memoria – hasta que esta empieza a traicionarnos.
Hay fotos que custodiamos con aprecio especial porque aparecen personas que ya no están con nosotros. Algunas cuentan anécdotas inolvidables. Otras nos reviven momentos importantes pero que estaban dormidos. Aventuras. Aprendizajes. Tristezas. Algunas son el testimonio de sueños cumplidos. Unas pueden compartirse y otras hacen parte de un albúm protegido, fotos personales e intransferibles, no porque contengan contenido sensible o para audiencias +18, no falta el malpensado, «uy Katherine, mandando desnudos? No! jaja! – sino porque abrazan un pedacito íntimo de historia, de esencia, que observamos con melancolía y guardamos para nosotros mismos. Algunas hablan de ausencias, otras cuentan historias de soledad, de superación o de cambio.
Las fotos narran nuestros recorridos. Repasarlas y viajar al pasado es un bonito ejercicio de valoración. Confirman nuestra evolución. Si hay algo que deben revelarnos es una nueva persona, una distinta y preferiblemente mejor a la de ayer. Puede que nuestra manera de sonreír sea la misma, que sigamos frunciendo el ceño cuando nos da la luz de frente, puede que nuestra pose se mantenga, los ojos achinados al reír, los hoyuelos en las mejillas. Puede que nos digan «estás igualita», «no has cambiado nada», «la misma cara» … si, por fuera si. Con unos kilos, de más o de menos, más alta y vieja también, pero por dentro somos distintos de ayer. Y eso también podemos notarlo cuando vemos en ellas el reflejo de nuestro yo del pasado.
Este trabajo de liberar espacio de almacenamiento, limpiar y enviar a la papelera lo que no es importante, me hizo pensar en las personas que han pasado por nuestra vida. Personas que aparecen en esas imágenes pero que ya no están presentes, no porque hayan pasado a mejor vida, sino porque ya no están recorriendo nuestro mismo camino. Personas con las que compartimos momentos importantes. Con algunas incluso puede hayamos visionado amistades más duraderas o amores invencibles… pero ya no están… o no estamos para ellos. En algunos casos, fuimos nosotros quienes propiciamos la distancia, por nuestra indiferencia y desinterés, por un sentido de autosuficiencia, por creer que cariño y apego no están en nuestro inventario emocional, y en algunos casos – quizá el mejor, por decisión propia de cortar un vínculo que no era más saludable. No lo sé, cada uno conoce su historia. Lo que si sé es que sean quienes hayan sido, hicieron parte de este recorrido y algo dejaron en nosotros, y nosotros en ellos. Ninguna relación tejida en este viaje llamado vida es en vano. La existencia es en esencia conexión con otros. Esa es una innegable realidad, pero algunos no están preparados para está conversación.
Otras fotos, nos muestran personas presentes aún en la distancia. Otras son la confirmación de quienes siempre han estado y seguirán estando. Los que nos han enseñado el significado de familia y amor incondicional.
También me pregunto cómo gasto mi espacio de almacenamiento del alma. ¿Qué estoy conservando?, ¿Por qué le autorizo espacio a checheres viejos que no son importantes?, ¿Por qué guardo sentimientos negativos?, ¿Por qué le abro espacio a la culpa, al resentimiento o al miedo? Y no hablo de cantidades enormes – porque ese ejercicio de mandar a la papelera lo que ya no uso o no sirve lo hago regularmente – pero sin darnos cuenta, siempre guardamos fragmentos de basura emocional o mental y toca pasar seguido la escoba para limpiarnos por dentro.
Cada quien sabe la basura que guarda en su interior. Tendemos a subestimar el efecto de acumular esas insignificantes cantidades de desecho personal. No le damos importancia porque tampoco es que seamos de los que van por el mundo repartiendo odio y desdicha – pero es como una célula mala, va dañando a las demás. Y más que dañarnos por fuera, nos va carcomiendo por dentro. Es mejor limpiar seguido nuestra propia casa para que ninguna telaraña se nos extienda en el corazón.
Sentimientos, pensamientos y gente. ¿A qué le estamos dando espacio?


Replica a Anónimo Cancelar la respuesta