Yo quería vestirme de pollera y escribirles un blog que los hiciera llorar de emoción, para celebrar mis 5 años en Panamá, el país que me abrió sus puertas y que hoy considero mi casa, pero ¡bendita pandemia! que se interpuso en el camino. Queda de tarea, más que nada para cumplirme a mi misma y como un ejercicio de profunda gratitud porque aquí he encontrado más de lo que imaginé.
Tomé un avión el 23 de abril de 2015 con expectativas y sueños, pero lo que ha tocado a mi puerta ha sido mucho más grande y bonito, aprendizaje infinito, personas maravillosas en el camino y hasta esposo pues, para que se hagan una idea. Honestamente, no pensé que está aventura profesional resultaría con consecuencias en mi estado civil, y menos pensé que podría hacerlo con un extranjero porque creía en eso que decían que las diferencias culturales impactan y si, si lo hacen, pero al final todo se resuelve con amor y diálogo… después de todo tampoco es que seamos tan diferentes, si lo vemos en perspectiva, ya éramos vecinos.


Voy a tratar de resumir, y más que escribir para otros, creo que escribo para mi misma. No es una historia dramática ni de heroísmos, tampoco es tan atractiva como para llevar a un libro o a la televisión. Es común y corriente, es real. No soy la primera ni la ultima que sale de casa a cursar una pasantía y a cumplir sueños. Lo que a veces pareció difícil se resolvió y dejó, sobre todo, enseñanzas. Quizá la modestia no me deja reconocer que lo he logrado ha sido grande, porque me escudo en frases como: «Panamá está aquí cerquita» o «el choque cultural no es tan fuerte». Lo que he hecho hasta ahora ha sido dar pequeños pasos y sé que vendrán momentos aún más emocionantes, más retadores, ¡quiero que me tiemblen las piernas de miedo al soñar, trabajar por esos sueños y que nada nos detenga!
Fui pasante en dos compañías multinacionales por año y medio, compartí apartamento en principio con una prima y su esposo – una época que me ayudo mucho para no sentirme sola y hacer que el desprendimiento no fuese tan duro – después me mudé con unos amigos y viví en una habitacion 2×2 con su baño al mejor estilo de las ciudades cosmopolitas donde el metro cuadrado es tan costoso that you can’t afford something bigger – para mi audiencia no bilingüe, esto quiere decir que no daba la plata pa’ más!. Decidí vivir allí porque conocía a quienes serían mis roomates – compañeros de apartamento. Era un lugar céntrico y por supuesto para ahorrar, recuerden que un pasante no gana mucho dinero. Te pagan en dólares pero gastas en dólares, matemática básica, cierto? Algunas personas piensan que por estar en un país con una moneda más fuerte nos hace la cosa más fácil, pero no siempre es así.
Compartía el espacio en la nevera con 4 personas, tenía que ir caminando al super y cargar las bolsas sola de regreso – cosa que nunca antes hice, porque cuando somos niños mimados, las bolsas se cargan solas, el super se paga solo, la comida se hace sola. Entonces te toca preparar para la semana y guardar todo en tuppers para no vivir metida en la cocina.
Los días más difíciles eran los domingos y las fechas especiales, los cumpleaños de mi familia, los días feriados porque sabía que ellos iban de paseo, o cuando alguno enferma – todavía – dan ganas de teletransportarse para darse un abrazo.
Aprendí a ahorrar y manejar mis ingresos para, por orgullo personal, no tener que pedirle nada a papá. Salir de paseo en bus o caminando porque amigos, hay que racionalizar los ingresos. Uber era un lujo en esos días.
Mojarse bajo la lluvia dos terceras partes del año para tomar el bus en la parada porque no tenía carro y había que ir al trabajo. En un diluvial día que llegué con los zapatos empapados entendí porque muchas mujeres cargan un par y llevan otro puestos. En el extranjero aprendes adaptación por observación. ¡Bendito homeoffice, recuerdo cuando te conocí!
Las peleas por la cocina sucia y los platos mal puestos. El turno en la lavadora. La luz prendida sin nadie en la sala. El recibo de la energía que llega alto porque alguien se hace el tonto pero si prende el aire acondicionado. Las visitas, los novios, los amigos que se quedan en casa. Las mamás que pasan unos días y cocinan para todos, limpian y ordenan motivadas por su instinto controlador. Las charlas divertidas de los viernes con un par de tragos y musica vallenata para pasar el guayabo emocional. Los chistes, los cantos con guitarra. Los paseos al interior. Un domingo de piscina. Las salidas a comer arepa rellena a la vuelta de la casa. Ninguna de esas aparece en el formulario de AIESEC pero vienen incluidas gratis en tu intercambio. Aprendes a compartir. Forjamos el carácter. Entiendes en la piel lo que significa convivir.
Después de unos varios … bastantes… meses, cuando este clima húmedo y la calidez de la gente se volvieron parte de mi vida, empiezo a buscar cómo quedarme con algo fijo. En 2018, me contrata la compañía para la que hoy trabajo. Me mudo dos veces en 2019 buscando algo más, digamos, independiente. Esa es otra cuestión que no se imaginan pero mudarte se vuelve casi un hobbie, las maletas hasta se hacen solas y te preguntan: «¿a dónde vamos ahora? Aprendes a vivir ligero de equipaje, lo más valioso que llevas a cuestas son las ganas de avanzar, no necesitas más. Hoy, gracias a Dios, vivimos solos él y yo, con balcón incluido, mi lugar favorito para tomar el café. Ya no hay peleas con nadie, todo está limpio y se puede andar cómo nos va en gana. Este es mi hogar.
Hoy trabajo para una empresa espectacular y recientemente fui asignada a un puesto que he pedido por dos años. Un reto profesional pedido a la carta que se sumará seguramente a los aprendizajes que atesoro y se convertirán en un capítulo más de este viaje llamado vida.
Durante estos cinco años he conocido muchas personas que me han ayudado a estar donde estoy. Es mentira que puedas progresar en un nuevo país sin la ayuda de otros. A todos ellos agradezco su tiempo y enseñanzas. Sus palabras y retroalimentación sincera. Algunas han sido inspiración importante para escribir, para quedarme, para tocar puertas y ser vocal con lo que quiero. Otras han sido clave por invitarme a escuchar mi corazón, abandonarme y confiar. Aprendes también que parte de tí es el resultado de las personas que te rodean.
Por los amigos que estuvieron desde el inicio. Por los que siguen allí. Por los que abrieron alas y tomaron rumbos nuevos. Por los que volvieron a casa. Por los que fueron fugaces, solo permanecieron un momento. Por todos, porque han dibujado cada día en esta tierra… y por los que vendrán!
Mi gratitud es infinita, y cuando me preguntan si pienso regresar yo solo respondo: Hoy no. Hoy me visiono aquí y voy a disfrutarlo. Me siento tranquila y feliz. La lista de pendientes siempre es larga y habla de nuestra ambición; yo pienso que estos, si Dios lo permite, son los 5 primeros años de muchos años en esta tierra hermosa, porque al final sólo Él sabe lo que nos tiene preparado.
Mi yo del presente le dice a la del pasado: Gracias por darte la oportunidad, gracias por dar el salto y atreverte. Gracias por soñarlo y realizarlo. Gracias porque hoy no estás arrepentida y no te has dejado vencer por el miedo o la soledad, porque hoy eres más fuerte y segura de ti misma. Y la yo del futuro le dice a la de hoy: ¡ánimo! Adelante que aun te quedan muchos sueños por cumplir y vas a lograrlo.
¡Gracias Panamá, esto apenas comienza!



Deja un comentario