El peso de las expectativas

¿Cuánto de ti eres realmente tú?, ¿Te lo habías preguntado alguna vez?

¿Cuánto de lo que haces realmente te apasiona?, ¿Has visto si lo que haces hoy es para complacer a otros, pero no a ti mismo?, ¿Cuántas veces has dicho SI por compromiso o culpa, y NO por vergüenza o miedo al rechazo?, ¿Cuántas cargas por expectativas de otros has llevado en tus hombros hasta hoy?  

La vida está cargada de expectativas: las que ponen los demás sobre nosotros y las que nos inventamos para probarnos que somos capaces y que podemos ser grandes.

Las primeras nacen desde el día en que nuestros padres* vieron un deforme cuerpecito en una ecografía, quizá desde mucho antes cuando sin darse cuenta dijeron “quiero que sea niño o niña”. QUIERO QUE SEA, ahí empieza todo. Después de eso quieren que aprendamos a caminar y hablar rápido, que seamos los mejores en la escuela, que seamos bailarinas o futbolistas, que nos saquemos el primer lugar al ir a la universidad, que consigamos un buen empleo, tengamos una buena pareja y nos casemos, luego quieren que les demos nietos, con muchas otras en medio de las que he mencionado. Nos dibujan desde jóvenes el patrón de vida correcto, un conjunto de pasos predeterminados que, si no conseguimos en el tiempo y con el nivel adecuado, nos genera frustraciones y disgustos, y por supuesto también a aquellos que esperaban más de nosotros.

El segundo juego de expectativas son las que ponemos nosotros mismos, a veces producto de una combinación de las primeras con otras que nos imponemos con el paso de los años y que dibujan la vida que nos imaginamos: un timeline con fecha de caducidad que nos hemos forzado a cumplir para demostrarnos que somos capaces, triunfadores y mejores que los demás. Error garrafal: ¿Por qué nos gusta compararnos con otros?, ¿Por qué nos gusta restregarle a los demás nuestras minúsculas o más grandes victorias? Por simple ego, pero eso da para otro tema.

Hoy quiero, y escribir estas palabras es también una terapia personal, que vivas porque quieres vivir, porque disfrutas hacerlo, no porque tienes que cumplir una lista de triunfos como si se tratara de la lista del supermercado. No cargues el peso de las expectativas de los demás, ni lo pongas a quienes te rodean. Cada persona tiene un ritmo, un estilo de vida y unos valores que determinan cuales son sus prioridades. Tracemos sutilmente la línea que divide lo que esperan de mí, con aquello que realmente me llena el alma.  Paremos ya la malsana costumbre de calificar el éxito con lo que se ve o se compra, hay experiencias de vida y aprendizajes invaluables que se miden con otras varas, y son también una gran riqueza. Dejemos la necia manía de medirnos cómo la sociedad nos lo ha vendido.

¿Cuántas personas después de tantos años se dan cuenta que su vida era una farsa, que vivían por otros y para otros? Vive con el corazón, vive para ti, y por supuesto DEJA VIVIR a los demás.

Kathe

* Los padres quieren lo mejor para sus hijos. Algunos dan más de lo que vivieron o alguna vez tuvieron, quieren darles  y que logren lo mejor. Sin darse cuenta proyectan en sus hijos la vida que les habría gustado vivir. Es hermoso, pero en ocasiones profundamente dañino





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