La ciudad amurallada sigue siendo testigo de conversaciones que sacuden, interpelan y recuerdan que la literatura y el pensamiento son espacios de resistencia.
En este segundo día del Hay Festival Cartagena, asistí a tres sesiones donde las palabras clave y las reflexiones fueron identidad, memoria, exilio y resistencia.

Gioconda Belli: la ficción como refugio y trinchera
La jornada comenzó con la potente voz de Gioconda Belli, una mujer que ha desafiado el exilio y el silenciamiento con una sonrisa firme y una pluma que no cede. «El país soy yo», dijo en una de sus frases más poderosas durante su presentación, reconociendo que su literatura es un acto de resistencia.
Conversó de su libro Un silencio lleno de murmullos, y expuso la culpa que muchas mujeres enfrentan al ser madres y revolucionarias, desafiantes del sistema y la sociedad patriarcal, de cómo el abandono por la ausencia de procurar un mejor futuro puede marcar a los hijos, y de la tensión entre los sueños personales y los deberes impuestos.
Habló de feminismo, de la virilidad como forma de sometimiento y del arte de la seducción femenina como forma de poder. La importancia de promover un feminismo más inclusivo y de no dejar de soñar, solo, necesitamos soñar nuevos sueños.
Expuso con valentía su realidad actual: el exilio, la pérdida de su nacionalidad y su casa y la presión familiar para que deje de escribir.
Su respuesta es clara: «Cada uno es dueño de sus propios miedos, y yo no me voy a callar».
La sesión cerró con la lectura de su poema Despatriada, entre lágrimas disimuladas y un largo y sentido aplauso que fue un reconocimiento a su trabajo y un gesto de admiración por su valentía y su escritura.

Archivos y bibliotecas: espacios vivos de memoria
A mediodía, una conversación sobre la importancia del archivos y las bibliotecas donde se vislumbró la fragilidad de la memoria tuvo lugar en el auditorio del Palacio de la Proclamación.
Polly Russell y Gustavo Ulcué Campo nos recordaron que sin registro, sin resguardo, la historia se pierde.
Polly compartió su experiencia curando archivos con enfoque de género en la Biblioteca Británica, resaltando cómo la conservación y el acceso pueden dar visibilidad a voces históricamente silenciadas.
Gustavo, desde la cosmovisión Nasa, nos recordó que los archivos no solo deben ser espacios de consulta, sino también de creación y reflexión activa. De perpetuar la cultura y hacer a las comunidades protagonistas de la historia.
Se subrayó la importancia de capturar historias orales, documentar tradiciones y garantizar políticas públicas que protejan el patrimonio cultural.
Se habló también de la preocupación por el acceso desigual a la tecnología y la conectividad, que limita la posibilidad de que los propios protagonistas accedan a los registros sobre sus comunidades.
Las bibliotecas, aunque silenciosas, son también espacios de agitación y debate.

Brasil, el arte y la sanación de heridas abiertas
Más tarde, Osmundo Pinho y Flavia Rios nos llevaron a Brasil, a Salvador de Bahia, que comparte con Cartagena la confluencia de modernidad y tradición negra, pero también la marca profunda del racismo.
Se habló de cómo la cultura negra ha sido mercantilizada, convertida en espectáculo para el consumo de otros, mientras la realidad de discriminación y exclusión sigue vigente, aun cuando muchos dicen que solo esta en la cabeza de quienes la denuncian.
Pinho analizó los patrones racistas en Salvador de Bahía (y Brasil en general), una ciudad donde la población negra es mayoritaria, pero la desigualdad persiste de manera alarmante.
Se destacó la necesidad de que sean los propios escritores, artistas e intelectuales negros quienes relaten sus historias, sin la mediación de narradores externos (blancos). «De los negros han escrito otros», afirmó, y ahora es el momento de que cuenten desde su propia experiencia.
Se habló de la importancia de preservar los legados culturales y de cómo el arte puede ser un medio para sanar heridas históricas, pero también para resistir y exigir justicia.
Aquí es donde el festival me deja con una inquietud. Mientras en algunos escenarios no cabe un alma para escuchar a las figuras más populares, más vendidas, en la escena nacional o por las editoriales, una conversación como esta, que nos invita a mirar de frente las estructuras de opresión y la importancia de la voz de quienes sufren discriminación, se hizo ante una audiencia de escasas 25 personas.
Y aunque lo importante es que el mensaje vaya calando poco a poco, y vayamos siendo agentes de cambio desde nuestros espacios personales, y no se trata de dejar de celebrar el carisma de los nombres consagrados, creo que si vale preguntarnos si estamos dejando que el ruido de la fama apague las voces que necesitamos escuchar.
El Hay Festival es un espacio de diálogo, pero para que sea verdaderamente transformador, debemos hacer el esfuerzo de mirar más allá de los conocidos, de abrir el oído a quienes, aunque no ocupen las portadas o las primeras posiciones en las listas de vendidos, tienen mucho que decir.
Al final del día, las palabras que resuenan son aquellas que nos cambian, y quizá sea momento de preguntarnos a quiénes estamos escuchando.


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