Creo que nunca se me había muerto un familiar cercano, o al menos así lo recuerdo.
Mi conciencia de la muerte era nula.
Eso de que llega un día y se lleva a un ser querido no estaba aún en mi entendimiento.
El día que la hija de la señora Piedad murió, mi vida, o la forma de entenderla, cambió.
Ella era una niña grande. No era que jugásemos con ella, o fuese su amiga, pero la conocíamos, la veíamos por el balcón y la saludábamos a veces.
No sé por qué, pero fui a su funeral.
No recuerdo cuantos años tenía yo para ese tiempo, es algo borroso.
Yo nunca había visto un ataúd.
Nunca había visto como es que volvemos a la tierra.
Nunca había escuchado cómo llora la gente, cuando a quien ama muere.
Recuerdo que era de día, el sol estaba fuerte. Hacia mucho calor. Y casi todos iban de negro.
¿Cómo es eso que morimos y ya no existimos más?
Recuerdo que no dormí bien las noches siguientes.
Me despertaba sobresaltada, asustada, porque ya entendía que, como a ella, yo o los que amo, llega un día en que ya no somos más.
Te apagas, la muerte te lleva a otro lugar.


Deja un comentario