La vida más alla del móvil

La ilusión detrás de las redes sociales es una realidad que no podemos tapar con las manos. Bien gestionadas son tremendamente útiles en los negocios; mueven masas, unen personas alrededor del mundo por causas bien intencionadas; son un escenario de denuncia y democracia; son seno de comunidades globales… pero también tienen un lado oscuro, son una burbuja. Pueden incubar mentiras.

No quiero antagonizar la tecnología, no puedo, su esencia es buena. Por si misma es un grandioso avance de nuestra raza, es el presente y el futuro, es la salida a muchos problemas y el desarrollo de otras áreas de nuestra sociedad. La tecnología salva vidas, une pueblos, rompe fronteras, pero como todo en la vida, mal utilizado, se puede volver en nuestra contra.

Ya es bien sabido que hay fraudes de falsos seguidores y likes. Ya se habla de tecnopatías: enfermedades que empiezan a florecer a causa del uso excesivo de celulares, redes sociales y Google – ya no usamos la memoria para recordar, sino que este genio nos pone todo en bandeja.   

Ya se habla de la apnea del whatsapp, del síndrome de la llamada imaginaria, la nomofobia, depresión y ansiedad a causa de vivir comparando nuestras vidas con los perfiles de nuestros “amigos” o recordar el pasado, que algunos dicen fue mejor. Vivimos bajo una presión auto infundada por tener lo que los “influencers” tienen o hacen. Nuestra vida, comparada a la de muchos de ellos a veces nos parece sosa. Pero, let me tell you something dear friend, muchas veces no nos damos cuenta de lo poco realistas que son esas vidas y de todo lo que se mueve tras ellas, algunas simplemente casi que fueron vendidas al diablo o son producto de fraudes: Harvard y lamborghinis pagados por un estado cuyo nombre no voy a mencionar.

Dormir con el celular en la mesa de noche a la distancia del brazo reduce la calidad del sueño. Hoy nos toma más tiempo conciliarlo porque, aun con la luz apagada, seguimos tumbados en la cama con el móvil a una cuarta de distancia rodando el feed de Instagram con nuestro pulgar hasta que se nos viene de golpe a la cara.  ¿A quién no le ha pasado? Para cosas como esas inventaron el popsocket. #bingo

Aprender a soltar el móvil y desconectarse, se considerará dentro de poco una habilidad necesaria. Sigue siendo satisfactorio una cena en familia con miradas a los ojos, sin cabezas gachas mirando el último post de Kim Kardashian o los chistes de 9gag. Sigue siendo mucho más divertida una reunión de amigos con buena comida a las infinitas conversaciones de grupos en Whatsapp con emojies fríos y sonrisas distantes.  Es más emocionante disfrutar con tus propios ojos el primer gol de tu hijo que a verlo en la repetición de tu #live de Facebook.  La tecnología nos conecta, SI. Y en otro post he hablado de trabajo remoto y sus otras bondades, pero esta vez invito a reactivar siempre que sea necesario la esencia del contacto, el calor humano, la realidad de la vida común y corriente en lugar de aquellas que parecen de revistas y actuaciones de Hollywood.

Sephora, Too Faced, Tarte or Guerlain

Una de las cosas que más me llama la atención es cómo se han puesto de modas los tutoriales de maquillaje, cómo se promueve con más fuerza estilos de vida saludable, expertos fitness, pastillas, proteínas mágicas y otro montón de contenido que nos presiona a velar por nuestra imagen y ser más exigentes con nosotros mismos, en cuidar cómo nos vernos porque eso es lo que le gusta al mundo. Todo lo que sume likes, bienvenido!!

Ese escenario nos empuja cada vez con más fuerza a disfrazarnos, y no lo digo porque nos estemos pintando la cara de payasos, sino porque mostramos tal cual somos no nos hace populares. Aprendemos a fingir, a escondernos detrás del primer, la base, los concealers, polvos y toda esa sarta de productos que si los viéramos como un gasto innecesario en nuestra economía personal, seguramente no compraríamos.

Que bien se siente salir con la cara lavada y no inquietarnos porque se nos corrió el delineador o se cayó el labial. No digo tampoco que no lo hagamos, pero que todo este boom no nos aparte de nuestra propia belleza natural y que aprendamos también a desmaquillar de vez en cuando nuestros corazones y mostrarnos a los demás tal cual somos.

Todos somos influencers

Si lo pensamos de otro modo, al final todos tenemos la capacidad de ser influencers en nuestro metro cuadrado. No necesitamos tener 100k seguidores, ni que nuestros perfiles sean cuentas verificadas, sino ser influencers de la vida real promoviendo causas que ayuden a mejorar mi mundo con pequeños esfuerzos, motivando a nuestra familia, amigos y compañero de trabajo cercanos.  Dejar de criticar lo que hacen otros y contribuir de algún modo al bien común. Ser influencer es, de algún modo, ser un líder e impactar positivamente a otros.

Nuestra sociedad claramente necesita de muchos pequeños aportes, la playa esta hecha de trillones de granos de arena y el firmamento es la colección de millones de estrellas. De igual forma, el cambio es el resultado de pequeños esfuerzos, pequeños aportes hechos a diario consistentemente.

¿Qué uso damos a la tecnología y a las redes sociales? ¿Cuánto filtro ponemos al contenido que consumimos? ¿Hacemos parte de esa burbuja?

Abrazos,

Kathe





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