Recuerdos

Todos recordamos la infancia con cierta nostalgia, algunos hechos nos roban una sonrisa discreta, otros nos hacen reír a carcajadas. Todo, al final, nos ha sumado aprendizajes y experiencias.

Mi niñez no estuvo cargada de lujos. Mi riqueza más grande ha sido y será siempre, mi baúl de recuerdos de momentos en familia. Soy la única niña de una familia de seis, la consentida de la casa, la malcriada, la mimada de papá.  Hoy saltaron en mi mente recuerdos variados de la infancia, situaciones que forjan lo que hoy somos, historias que quedan grabadas por siempre y que llevamos con nosotros a donde quiera que vamos.

He usado gafas desde que tengo memoria, cuando estaba de moda la novela imitaba a Betty y su ronca manera de reir. Me como las uñas desde el pre-escolar. Le tenía miedo a los perros. Jugaba fútbol con mis vecinos. Lloraba en la primaria cuando tenía que exponer frente a mis compañeros y me daba miedo hacer copia en los exámenes.

No hacía mis tareas de ciencias sociales. No como pescado si no le sacan las espinas. No me gusta hacer mandados. Cuando mis papás no estaban en casa, hacíamos colecta de mesadas con mis hermanos para comprarnos brownies con helado (los comíamos a escondidas) y aun lo hacemos cuando nos reunimos después de meses sin vernos. Odiaba las clases de inglés y las matemáticas. Recuerdo a mi profesora Candelaria, si supiera que hoy los números me dan de comer me diría: “lo sabía, mi niña”.

Jugaba al voleyball y tenía buena patada en el kickball. Me pagaban para hacer las tareas de dibujo técnico. Me vestí de oveja para un baile del colegio.  Odiaba mis rizos.  Me daba pena bailar en las fiestas. Intenté aprender a tocar guitarra, solo logré Cielito Lindo y me quedé con las ganas de tomar clases de canto.

No me dejaban ver Los Simpsons. Nunca soñé con ir a Disney, no jugué a ser princesa y solo tuve 3 barbies. Mi primera muñeca fue pelirroja. Me daban miedo las vacunas, tanto que corría por todo el conjunto y gritaba vergonzosamente. Fui el niño Dios del pesebre de mis padrinos la Navidad del 91, y pasé la del 96 en chancletas porque me corté el pie en un paseo al rio Pance.

Estudié en 6 colegios distintos a causa del trabajo de mi papá (por eso no me apego tan fácilmente a las personas).  Hacía bocetos de vestidos y quería ser diseñadora de modas. Me leían desde chica por eso hoy mi amor a los libros.

Se leer los labios. Sabía cuando hablaban de mi sin mí. Era imprudente, contestona y mal humorada. Hice pasar más de una pena a mis padres a causa de mi lengua suelta. Pedía comida cuando iba de visita a casa ajena. Nada me gustaba más que una piscina y aprendí a nadar porque me lanzaban de un rodadero sin flotadores, era vivir o morir ahogada. Los roadtrips eran la mejor parte de las vacaciones.

Extraño el arroz con leche de mi abuela, preparo mi versión pero nunca será lo mismo. Me daba pena mi segundo nombre porque según, no combina con el primero. Siempre me han gustado los tatuajes, a los 16 años me hacía dibujos en la piel y veía Miami Ink cuando llegaba del colegio. Tuvimos en casa toda clase de mascotas, pollitos, perro, tortuga, conejo, pajaritos, iguana y curi, por un día. No me gustaba salir y siempre fui de pocos amigos.

La lista podría seguir y seguir… son tantos los recuerdos que abrazamos y que viajan con nosotros. Un álbum de fotos incrustado en la memoria. Las raíces que nos sostienen. La razón de muchos miedos e inseguridades que a veces disfrazamos detrás de «mi personalidad». Reconocer los recuerdos para sanar también al niño interior.

Recordar con alegría es terapéutico, reconfortante. Cuando piensas en tu niñez, ¿Qué salta en tu mente?





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