Hace poco estuve conversando con algunos de mis amigos lectores de los clubes de @bibliofilia.pty sobre las preferencias a la hora de seleccionar los libros considerando, entre tantos, la extensión de la obra.
Me confieso: huyo de los libros de más de 400 páginas. Para mi los libros extensos nos exigen un mayor nivel de compromiso, concentración, tiempo y docilidad para dejarte envolver lo suficiente y fluir con la historia como quiere el autor.
Leer las seiscientas cuarenta páginas de El niño que perdió la guerra se me plantó, en inicio, como un reto, me obligaba a salir de mi zona de confort, y más aún, leerlo en menos de siete días con las obligaciones y pendientes de una semana llena de actividades en el trabajo.
Confié. Me deje llevar porque amo los libros ambientados en la Historia, los libros que narran la guerra son de los que más me atrapan y conmueven. Me permití viajar al siglo XX y tirar del hilo olvidando cuantas páginas tenía al frente.
Dejando atrapar por la humanidad de los personajes, su realidad, sus circunstancias, hijos, como dice Julia, de una época que les configura y moldea quienes son.
Leer El niño que perdió la guerra para preparar un conversación con su autora fue especialmente retador porque antes (justo por la extensión) había abandonado «Dispara, yo ya estoy muerto».
Leer El niño que perdió la guerra ha sido un descubrimiento y un regalo porque pude degustar la escritura y narrativa de la gran Julia Navarro y comprender por qué es una de las autoras contemporáneas más importantes.

Temas: Totalitarismo, fascismo, comunismo, libertad, expresión, familia, desarraigo, resistencia, poesía, música, literatura.
Me gustó:
- Un narrador omnisciente te toma de la mano y te acompaña a recorrer Madrid, Moscú, Leningrado, Stalingrado, los campos, las cárceles y te hace vivir en la piel del niño y el adulto, del opresor y del oprimido, de la madre, el abuelo y el verdadero amigo.
- Los diálogos fluidos, naturales. Extensos y profundos. Emotivos, intensos y reflexivos. Son parte importante del flujo de la novela.
- Poesía, el componente estético de la obra. La luz en medio de la guerra. La chispa del espíritu. La llama que quieren apagar. El símbolo de la libertad, porque el régimen no puede callar el pensamiento, por más tortura y represión la poesía es la expresión misma de quienes no aceptan la imposición.
- Los personajes. Muchos y diversos. Cleotilde, Agustin y Enrique. Lucía, Pablo e Igor. Anya y Boris. El abuelo Kamisky y la tía Olga. La modista. Dolores y Pedro. Lena. Masha y Leonidas. Talya y Pyotr… y sigue la lista. A través de ellos veremos el rostro de las dos ideologías, la España franquista y la Rusia stalinista.
- La reflexión que despierta en mi: ¿Se gana de verdad una guerra?¿La guerra saca lo peor y lo mejor de nuestra sociedad?. En estos momentos de sobrevivir y sálvese quien pueda y como pueda, aún delatando amigos y familia, ¿hay quienes están dispuestos a servir y darse a los demás? ¿Qué sentido tiene cambiar un régimen opresivo por otro?
Leer El niño que perdió la guerra es descubrir perspectivas de amor, familia, resistencia, perdón, lucha, libertad.
Descubre qué pasa con Pablo en una lectura conmovedora y profundamente emocional, mientras navegas algunos de los hechos históricos más importantes del siglo XX en España y Rusia.


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