Hace unos días tuve que empezar una dieta estricta porque en unos controles de salud, colesterol y triglicéridos marcaron sumamente elevados, tanto que, alguien me dijo, eran niveles casi para medicación con estatinas.
A partir del día que me entregaron los resultados del laboratorio, retomé buenos hábitos alimenticios de los que era consciente, pero llevaba varios años dejando de lado con la excusa de la pandemia y algunos cambios en mi vida, volví a las viejas andanzas y a la comodidad de la comida chatarra, el azúcar y las bebidas dulces. El delivery, la comida congelada y los sandwiches de fin de semana.
Las personas que me conocen saben que me encanta el helado, el chocolate, los postres… cualquier forma de dulce para mi es una perdición… esa es mi debilidad. (O al menos ese es el discurso que tengo interiorizado y con el que estoy aún batallando).
Empecé a hacer ayuno intermitente, como solo en horas donde aún hay luz del sol, suspendí lácteos y otra serie de «alimentos» que cuando vez, no aportan mucho a tu organismo. Unas vitaminas aqui, mucha agua y allí voy. Falta solamente incorporar algo de ejercicio para estar al completo. Pero hasta ahora me siento más enérgica, con mejor concentración y descanso excelente.
En fin, esta situación me ha hecho reflexionar como en medio de tu certeza por las decisiones correctas que vienes tomando, decir «no» sin culpa, sin remordimiento (y ya viendo en la ropa y el rostro algunos resultados🥰) te encuentras con quien, incómodo por esas buenas decisiones, quiere impulsarte a actuar distinto, quizá creyendose señalado o juzgado, aún cuando no es tu intención que se sientan de ese modo.
Me explico. Hace unos días salí a comer con algunos amigos. Pedí super bajo en carbohidratos para no romper tanto la dieta (igual accedí a un traguito) pero al momento del postre dije «no, gracias, yo paso». «Prueba, Kathe», «Comete solo uno», «Con uno no pasa nada», «No puedes ser tan estricta», «Eso no se vale»
Ese diálogo me hizo pensar en las muchas veces que en lugar de alentar a alguien en su decisión tratamos de sabotearlo. En lugar de entender sus motivaciones, queremos cambiarlo porque no se ajusta a nuestro modo de actuar.
Ocurre con los proyectos. Con la visión de la vida. Con los hábitos. Con la elección de pareja, de trabajo, de profesión. Con la crianza de los hijos. Con las situaciones donde preferimos tomar distancia. Con los hobbies. Con la forma como inviertes, o gastas tu dinero. Con tus gustos. Y sigue la lista.
Estamos más volcados a emitir un juicio, una opinión, que apoyar o comprender al otro.
No le debemos cuenta de nuestras decisiones a nadie. Si tu eliges algo, tus razones tendrás. Tu forma de ver las circunstancias dicta que ese es el mejor modo de actuar, ¿y quienes somos los demás para cuestionarlo?
Mientras sigo mi proceso, me propongo también poner a dieta los comentarios, las opiniones… pero es tan difícil, cuesta mantener la boca cerrada, especialmente cuando la confianza te permite omitir los filtros.
Si nadie me ha pedido mi opinión, mejor quedarse calladita.
Y en paralelo, validar tus decisiones, sea que alguien más no esté de acuerdo o no piense igual. Tú tienes tus motivos, solo mantente en la certeza y que la incomodidad de otros no sea tu incomodidad. Que la duda de otros no sea tu inseguridad.
Algunas veces, ir contra corriente no necesariamente es ir en sentido equivocado.


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