Ejercicios de escritura #5: Neró

Mi nombre es Wichi, mensajero de la tribu Dugor, a quien se le ha encargado avisarle a Monwi, que el brebaje que han dado a beber a su marido resultó en la muerte, y para anular la maldición y prolongar su estirpe, debe subir al monte Gena su ultimo descendiente antes del primer rayo de sol.

Siempre le tuve en estima, por eso cuento su historia, para que nuestra tribu recuerde que los dioses se encargan de castigar a quien contra su sangre obra y a un primogénito abandona. Fui testigo de sus alegrías y sus pesares; me apena que, sin ser mal hombre, por gran dolor su alma debió pasar, y muy cerca del fin su linaje está.

Neró era bajo de estatura, pero con gran ambición. Nació décimo y sin privilegios en la tribu Ukilla. Su familia no tenía títulos ni tierras, pero a temprana edad aprendió a ganarse la vida. Construía, era diestro con las manos; cargaba, como ayudante del mercado y en el puerto los días de desembarco; contaba y auditaba, lo que le valió después de varios años un lugar en el consejo de la tribu. Llenó su mesa con deliciosos manjares. Dio de comer a sus nueve hermanos. Más nada le hizo falta.

Tenía un gran corazón. Era alegre, honrado y laborioso. De una sensibilidad poco común en los hombres; se le podía encontrar contemplando las flores, las aves, la sonrisa de los niños y la luna. Gran danzarín. Gracioso. Le gustaba contar historias, por eso se ganaba la atención de todos en las fiestas. Honraba a su madre, Ilail, de quien se ocupó hasta el día de su muerte. A pesar de ser el menor, resultó el más valeroso y esforzado. Sus delgados labios, largas pestañas y cabello negro, lo hacían objeto de lascivas miradas. Ojos penetrantes color marrón, nariz pequeña y orejas grandes pegadas a la cabeza. Pícaro. Sonreía a medio lado; curvaba la boca dejando ver solo algunos dientes. Manos ásperas, pero uñas siempre limpias. Tenía el abdomen marcado y fuertes brazos, que exhibía cuando acompañaba a su madre a lavar al rio. Voz de trueno, autoritario y directo.

Amado y odiado. No quería desposar a ninguna, pues no concebía abandonar a su madre y a sus hermanas. Era el terror de las más cándidas de la tribu; consumaba pasiones, pero desaparecía al alba desmemoriado. Cuando las ingenuas volvían pidiéndole dar la cara frente a sus padres, mutaba a grosero e indiferente.

Cansados de su comportamiento, los dioses decidieron aleccionarlo. Enviaron a Omei, su más reciente conquista, con un niño en la panza y Neró la despreció echándola de su casa.

—Esfúmate mentirosa —le gritó, empujándola por la espalda—. Ninguna mujer con la barriga llena de huesos será recibida en mi casa, menos si has osado entregarte a varón sin ser tu esposo.

Omei fue desterrada. Para Neró esto significó un castigo: «Sólo de esa mujer nacerá el fruto que prolongue tu estirpe. Morirás sin que tus demás vástagos te concedan descendencia»


Este texto hace parte de un ejercicio de escritura del Curso: El Oficio de Escribir de Zenda y Cursiva. 2021.





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