Ejercicios de escritura #3: Complicidad

Matar no era precisamente en lo que habría querido ser una experta, pero los años, su enfermedad y su poca contención, la habían convertido en una oculta asesina.

Cuando despertó del trance solo recordaba la mitad de los hechos. Le dolía la cabeza; punzadas fuertes iban y venían taladrando sus sienes. La intensa luz que entraba por las persianas le quemaba las pupilas. Se puso la mano en la frente: sangre. Sangre en sus manos y en su ropa. Sangre en la alfombra. «¿Dónde estará?», atinó a preguntarse mientras se incorporaba apoyando una rodilla sobre el suelo, luego su mano y arriba con ambas piernas.

Cruzó la sala recién amoblada y vio la foto de los dos puesta sobre la mesa del recibidor. Hacia solo un par de días que se habían mudado y escasamente detallado la armonía perfecta de ese espacio – él se había encargado de todo, contrató una compañía de decoración para que instalaran los muebles y preparan su nuevo hogar. Para cuando regresaron de la luna de miel todo estaba en su perfecto lugar -. Le fascinaba, un apartamento amplio con ventanales piso a techo que enmarcaban imponente la vista a la ciudad, dos niveles tipo loft, con paredes de ladrillo fino a la vista, lámparas de techo ashwin, una escalera minimalista con peldaños de madera que daban la impresión de flotar, una cocina abierta de estilo industrial con desayunador para cuatro personas, orquídeas por aquí y monsteras por allá. Al fondo, una pared completa le hacía de librero, con espacio para cerca de cinco mil ejemplares que podría llenar y organizar a su antojo, un cómodo sillón y una televisión enorme que podía verse – y escucharse – desde cualquier punto del primer piso.

Se sacudió. «¡Concéntrate!, Trata de recordar que pasó anoche. ¿De quién es esta sangre, Malena?»  Buscaba rastros, convencida que en medio del trance antes de caer dormida se había encargado de limpiar todo, como en ocasiones anteriores. «El baño» – pensó.

Avanzó. Se ubicó frente a la puerta y giro el pomo halando hacia si. Podía sentir el peso sobre ella. La cabeza se deslizó en silencio dejando ver unos ojos azules que se iban apagando, pero en los que aún se podía ver la sorpresa de un ataque inesperado.

– ¡Mierda! – resopló.

Era Emilio, su instructor de natación. Hacia 3 meses estaba tomando clases por recomendación de su psiquiatra.  Se atraían, no había duda, pero no terminaba de entender como había terminado en su casa y cuál el impulso para acabar con él. Era su tercera víctima en cuatro años, pero esta vez iba a ser difícil deshacerse del cuerpo. «¿Cómo se te ocurrió traerlo aquí?». Antes no había necesitado mucho para hacerlo parecer un accidente: tragos, fiesta, antecedentes de consumo de sustancias psicoactivas habían decantado por todo menos asesinato.  Esta vez la habían visto salir con él del complejo de piscinas, grabaciones de cámaras de seguridad en el edificio y varios testigos.

Sonó el timbre. Dio un vistazo por la mirilla. Era su esposo. Coincidieron varias semanas en el recibidor de la consulta del Dr. Anderson. Él la invitó a salir y así empezó su historia de amor, una historia incompleta en la que aún no se habían contado sus oscuros secretos.

Se acercó nerviosa y abrió la puerta. Él la miro en silencio. Las manchas de sangre y su mirada desorbitada, pero aun tranquila, irradiando una extraña confianza

– Necesito que me ayudes a esconder un cuerpo – dijo.

Él asintió sin preguntar sacándose la chaqueta.


Este texto hace parte de un ejercicio de escritura del Curso: El Oficio de Escribir de Zenda y Cursiva. 2021.





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