Ejercicios de escritura #2: Abandono

No recuerdas mi nombre, ni por qué estaba allí.

Ignoras cuantos años han pasado desde el día que me arrancaste de mi hogar, firmaste sentencia y anulaste mi infancia con la excusa de protegerme. No era bueno; pero era todo lo que tenía. No era una familia perfecta; pero era mi familia. Si no estabas dispuesto a cumplir tus promesas, ¿por qué me separaste de ellos?

Tu incuestionable poder prometía mejores posibilidades. Dijiste que habría a mi lado personas prestas a cuidarme; pero no fue así. Desde el primer día me faltó alimento, amor real y dignidad. Desde el primer día, en ese lugar, se aprovecharon de mí. Mataron una parte de mi ser que antes se coloreaba de esperanza.

Estuviste allí. Fuiste testigo todo el tiempo, pero guardaste silencio. Te protegías a ti; en el fondo también sentías miedo. Hoy puedo entenderlo, pero no la niña que fui.

Vestido de distintas formas y detrás de multitud de rostros irrumpías en mis espacios y me vulnerabas. Corrompiste sin asco mi inocencia. Me hiciste creer que era un juego; uno que reservabas solo para tus favoritas. “Es nuestro secreto”, decías.  Te creí.

Tomaste ventaja de tus privilegios. Fingiendo examen de rutina, en nuestras citas a solas aprovechaste para tocarme. Metiste tus dedos en lugares que a esa edad ni siquiera conocía, y muy a pesar de mi incomodidad y dolor, te regodeaste. ¿Cómo pudiste hacerlo? Confíe en ti, pero me defraudaste.

Enfermé y me negaste medicina; a la suerte de tu fe de hace veintiún siglos me dejaste arder en fiebre. “Eso se le va con agua fría; si Dios la quiere, esa fiebre baja”, cínica.  Repartiste nuestro dinero en lugar de resurtir el botiquín. Fiebre alta, dolores de cabeza, cólicos menstruales, ardor de garganta, una raspadura; da igual, si a tu parecer estamos hechas de cuero duro, somos el típico hueso duro de roer.

Me golpeaste. Con el paso de los meses cualquier excusa detonaba tu ira y yo recibía en silencio toda la descarga. Perdón por no ser tan inteligente como habrías querido, perdón por no poder terminar rápido la tarea, perdón por las veces que me fallan las manos de dolor, por no dejar todo perfectamente limpio, por distraerme mientras hago los deberes… yo solo quiero salir a jugar con ellas. Solo un rato por favor, también me quiero divertir.

Me ignoraste. “Solo quiere llamar la atención”, es tu veredicto. La verdad es que aun sueño con él, con sus manos asesinas y su fuerza mortal; aún recuerdo el rostro de mi madre implorando con su mirada que me aleje – ella sabe que no podremos salir con vida las dos. No viniste en mi auxilio esas noches cuando despertaba empapada, ahogada en mi propio llanto, y a grito, pidiendo que no le hiciera daño. La perdí y minimizaste mis heridas, mi dolor y su ausencia.

Me retrasaste. Yo quería instruirme, leer, pintar, hacer experimentos de química, aprender historia, geografía y matemáticas. Tu deber era educarme, garantizar mi desarrollo, abrirme a mejores oportunidades; hoy, no sé contar en inglés, me da pena hablar en público, leo con dificultad y aunque lo disimulo, tengo mala ortografía.

Tu secreto se supo, pero ya es tarde. Ya dañaste, heriste y marginaste.

Como yo, en más de cuarenta albergues de toda tu nación – esa de la que decías ser responsable – hay miles de niñas y niños a los que has defraudado. Debías velar por nuestros intereses, pero exprimiste cada dólar a tu favor. Ahora, ¿Quién nos devuelve el tiempo perdido, las oportunidades arrebatadas, los sueños truncados, la fe en los años que vienen y la dignidad? ¿Quién nos cumple la promesa de una nueva familia, una educación digna, salud y bienestar?

Nos abandonaste, y eso no te lo vamos a perdonar.


Este texto hace parte de un ejercicio de escritura del Curso: El Oficio de Escribir de Zenda y Cursiva. 2021.





Deja un comentario