Hoy traigo una sencilla pregunta. Una que me ha estado rondando el pensamiento las ultimas semanas. Una que llegó con el nuevo año pero se ha quedado deambulando cómo si esperara mi respuesta.
Una pregunta que, como muchas otras en la vida, no tiene una respuesta ni correcta ni inmutable… porque cambia conforme cambiamos nosotros.
A veces llega despacio, tanto que casi no lo advertimos, vaga en la mente – el corazón, la intuición, el alma, como gustes bautizarle – con un ritmo tranquilo, un paso ligero; nos toma una temporada reconocer que lo que apostamos como verdad años atrás no lo es más, o no lo será los meses que vienen. Aunque ella por si misma llega lentamente, el proceso si nos cuesta una sacudida, pues se necesita un punto de inflexión para reconocer que está ahí y hemos cambiado de parecer.
Pienso que parte de mí teme alterar su respuesta, poner primero la imagen que pueden tener los demás, para evitar los reclamos y cuestionamiento que puede generar haber dicho, pensado, deseado algo y luego retractarse. Es como si querer algo y luego no quererlo más fuese deshonroso y en automático nos hace merecedores de un castigo por romper a la palabra, por traicionar al yo del pasado, por haber borrado lo supuestamente escrito en piedra. Por no desear, lo que ya no se desea.
La pregunta es: ¿Qué no quiero?
Con más frecuencia resulta fácil listar aquello qué si, pero también es saludable tener presente aquello qué no. Esta pregunta habla de las renuncias que no estoy dispuesta a hacer, de los limites que no estoy dispuesta a rebasar, de los sacrificios que no lo valen tanto. Una pregunta que habla de lo realmente prioritario – a ojos de quien debe responderla; habla del precio que no estoy dispuesta a pagar. Y ocurre que al responderla, aquello que creía querer pues ya no lo quiero tanto.
Quizá sea una posición conformista y cómoda. No lo sé. ¿Qué opinas tú cuando lo analizas desde ambas aristas?
Tan bueno como saber qué quiero, debo saber qué no. De negativas no proclamadas están llenas las tumbas, y por la vida caminan muchos disgustados, atragantados y arrepentidos por aquello que hicieron para no defraudar y herir a otros a costa de satisfacer, dibujar sonrisas y ganar aprobaciones de quienes no viven su propia vida.
Vamos que, hasta este punto, no elaboro mi propia respuesta, pero me propongo encontrarla con el paso de los días. Y es posible que, quien se ha hecho la pregunta hoy, no sea la misma que se la deba responder mañana.

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