Apagar el opinador

Nuestra cultura latinoamericana tiene profundamente arraigada la costumbre de OPINAR. Lo hacemos sin darnos cuenta lo invasivos que podemos llegar a ser, lo intrusivo a los limites invisibles de los demás e incluso, lo incomodo que puede resultar a quien es el objeto receptor de tales comentarios.

La Real Academia de la Lengua define ambos, verbo y sustantivo, de la siguiente manera:

En si misma la opinión no hace ningún daño, no lleva implícita una intención negativa, no pretende lastimar, burlar o perturbar al otro. La opinión es una verdad vista desde la óptica de quien la emite pero va sesgada, casi siempre, por las vivencias, creencias y situación personal de aquel que la pronuncia, o escribe. Cuando la opinión lleva un tinte hiriente se convierte en burla u ofensa – y eso da para otra discusión.


La opinión en muchas ocasiones, pienso, debería reservarse, especialmente cuando toca situaciones de la vida personal de otros y de la que nadie está pidiendo una evaluación. Si queremos opinar del gobierno de turno y su administración, de la gestión sanitaria de la crisis, del comportamiento de una persona en una situación publica precisa, es muy distinto a opinar del peso y apariencia de otros – que es la favorita en el ranking de opiniones no solicitadas, sea si estás pasadito de kilos o muy flaquito, las abuelas y las tías impudentes son las maestras de esta. Otras serían: de la elección de vestuario, de las relaciones amorosas o las inclinaciones sexuales, de la pareja, el estilo de vida o la educación que un padre elige para sus hijos, de quien prefiere una vida de viajes y recorrer el mundo, por sobre sentar raíces, de las preferencias alimenticias, de los negocios, de si dejó un empleo estable por una oportunidad de empresa propia, de ser madre soltera o de no tener hijos; de si te das lujos, fluyes con el dinero sin escatimarte comodidades o si ahorras cada centavo sistemáticamente para la jubilación; si inviertes en educación continua, cursos, diplomas o si gastas en libros, o juegos de video o para hacer una colección de películas en DVD, de si remodelas la casa cada cinco años o si llevas una década con las mimas cortinas; de si compras ropa cada temporada o mandas a la lavandería en cada invierno el mismo abrigo. De si publicas todo en redes sociales con filtro o si optas por «ser nadie» en la web… lo que sea por simple o complejo que parezca- porque al final todo se puede convertir en blanco de nuestras opiniones.

TODOS sin excepción construimos juicios – y es natural de los seres humanos, porque en ultimas todo cuanto se genera en el pensamiento es lo que nos hace diferentes de los animales, pero es precisamente también esa capacidad de filtro la que debería distinguirnos y ayudarnos a no ser ligeros en lo que expresamos abiertamente.

Nadie sabe las batallas que se libran a lo interno de una persona, una pareja o una familia, y nadie tiene la obligación de exponerlas para ponernos al día. Nadie sabe de donde venimos, nuestras historias más personales e intimas, por qué somos como somos, actuamos o pensamos de determinada manera.

Nadie conoce tus conversaciones frente al espejo, o las luchas personales contra la frustración, o los cambios que la vida trajo sin avisar y correspondió hacerle frente como mejor se pudo.

Nadie conoce el pasado completo que nos ha puesto donde estamos, ni bajo que circunstancias o el precio, las renuncias y elecciones que se han debido hacer en el camino.


La vida es como usar anteojos: anteojos con los que vemos y abordamos la vida. Mi formula no es igual a tu formula, así como mi camino no es igual a tu camino, mis elecciones no son tus elecciones y mis prioridades no son tus prioridades. Si quieres intentar ver la vida a través de mis cristales, verás algunas cosas borrosas, porque mi mirada de la vida, no es igual a la tuya.

La vida es también como ir a una tienda de zapatos, donde cada uno elige el par que más le gusta, que combine con el resto de tu ropa, o la ocasión. Eliges el par para caminar, correr, trotar o ir de fiesta. A veces nos quedan bien un par de tacones, a veces solo queremos un par de suaves y cómodas pantuflas que hagan juego con algo de la paz interior que llevamos.

Son dos tareas entonces: 1) trabajar desde lo interior para que nos valga madres lo que los demás opinen o piensen, sentirnos cómodos con nosotros mismos y nuestras elecciones para que así todo nos resbale y 2) despertar la conciencia de nuestros pensamientos y filtrar cada palabra dicha para no invadir a mi vecino con mis opiniones no-solicitadas. Todos, en algún momento de la existencia, consientes o no de ello, hemos estado en ambos escenarios, por lo tanto nos corresponde, por sobre todo, ser empático y respetuoso del otro.




Una respuesta a “Apagar el opinador”

  1. Realmente me pone a pensar esta reflexion. Una vez mas un mensaje para aprender y crecer. Nunca es tarde. La mama

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