Los miedos se materializan en sueños, se apoderan de ellos sin pedir permiso. Cuando nos falta el aire porque el terror nos oprime el pecho, entonces, despertamos.
Llevo días preparándome para esto. Y aunque sé que nunca estaré del todo lista, me lanzo al ruedo.
Me miro al espejo pero no reconozco mi rostro. Siento mi cuerpo hervir por dentro, como si un fuego me consumiera de pies a cabeza. Mis manos sudan, tiemblan.
El hombre a cargo me advierte que faltan 3 minutos para mi salida. Rebusco el papel arrugado en el bolsillo interno del blazer que he elegido en un almacén de segunda mano y leo las ideas clave. No memorizo las palabras, solo repaso el contenido. Mi entrenadora me ha explicado mil veces que el miedo borra la memoria, es mejor fluir con el momento. Vuelvo a mirar el espejo, sonrío, dejo ver mi dentadura, debe ser espontanea me digo. Un recuerdo agradable viene a mi mente y vuelvo a sonreír, esta vez de verdad.
Estoy en el escenario, me han puesto un micrófono de solapa. El lugar está repleto de gente. No puedo ver sus caras. Las luces son tan fuertes que debo luchar con el instinto natural de fruncir el ceño. Aplauden. Me han llamado experta – no logró saber en qué. Avanzo dos pasos para saludar a la audiencia. Ahora todos me miran fijamente y escucho sus carcajadas, me señalan. No entiendo qué pasa. Bajo la mirada y comprendo. No traigo pantalones y mis zapatos son de bufón, verdes, alargados y con un cascabel en las puntas.
Intento continuar, tomo de nuevo el papel de mi bolsillo. Está en blanco. Se disuelve en mi mano. Abro la boca, hablo ante ellos pero no sale mi voz. Me ahogan las palabras que no logran pasar de mi mente a mis labios. El hombre se acerca, y me dice que ya tendré otra oportunidad. Mi tiempo ha terminado por ahora.
Vuelvo al camerino. Siento la vergüenza pero no lloro, no me agito, no me preocupo. No me juzgo y pienso que he avanzado bastante. Mi versión del pasado se habría flagelado ante la mirada de todos los presentes, no me inquieto. Bajo las luces y me lanzo al sofá del fondo, es cómodo y suave, tanto que no siento mi propio peso caer sobre él. Enciendo un cigarrillo y bato los pies, los cascabeles liberan su chocarrero sonido. Me río, no puedo parar.


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