Una mezcla que no puedo explicar, porque fue por igual aterradora y alegre. Abracé en sueños a quienes la cuarentena no me deja ver. Hay una angustia natural que habita el subconsciente y secuestra los sueños por lo que vivimos en la realidad.
Desde un balcón, en un sitio que no conozco, puedo ver la ciudad, pasan autos y gente a pie. El sol en lo alto, brillante, un cielo despejado azul perfecto. La vida parece normal, transcurre a su velocidad usual. De pronto una fuerte explosión se ve a la distancia, imagino el sonido ensordecedor. Me angustió porque se siente en el pecho. Su apariencia es peligrosa. Luz incandescente.
No sé cómo me transporto para buscar a mi familia, sé que están cerca del lugar. Estoy caminando en la calle, contra corriente a la multitud que huye aterrada, herida y quemada. Ruido de ambulancias. Pánico. Rápidamente llego a mi destino, parece un hotel, parece que camino por el área del spa, la vibra de angustia y prisa se ha transformado en calma, todo está sereno. Camino, miro a mi alrededor, todo parece normal, hay música relajante, cruzo un hermoso jardín adornado con piedras de colores; al fondo, al final, una pared que absorbió el impacto, luce frágil pero se mantuvo en pie. Cerca están ellos y está bien. Les abrazo y salimos.
Anocheció. Ahora estamos en una bodega, más bien parece un estudio de televisión de esos donde filman reality shows. ¡Si!, es un concurso. Nos organizan en parejas. Saludo a mis padrinos (a quienes hace años no veo pues viven en otra ciudad) – ellos están conmigo, y como siempre, me abrazan, me dicen que me quieren. A este punto no sé a donde han ido los demás. Jugamos, cumplimos los desafíos. Hay un de rally con fuego. Todo pasa muy rápido. Después una prueba de baile. No ganamos nada, pero nos divertimos. Es hora de ir a casa.
Salimos por la puerta principal de ese lugar, es una calle en bajada. Oscura. Parece una zona peligrosa, pero esa sensación solo la da su atmosfera, hay una energía negativa. Las casas son blancas y de buena apariencia. Frente a nosotros salen dos hombres fornidos, altos y armados, parecen escoltas de un capo. Están enojados y buscan afuera el auto de su patrón que habían dejado estacionado, pero ahora no encuentran. De una de las casas, sale su jefe, detrás de él una mujer, y detrás de la mujer un perro. Los vemos alejarse, nadie dice nada. No sabemos quiénes son ni a donde van, pero no parecen felices.
Despierto.


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